Para los que tenemos cierta edad hubo una serie norteamericana, situada en Chicago, que narraba las peripecias de un grupo de policias de la comisaría de Hill Street. Este grupo humano se enfrentaba cada día a la realidad de un mundo, en muchas ocasiones hostil, que arrancaba de cada uno de ellos sus miserias y grandezas, sus flaquezas y fortalezas, en definitiva, a ellos mismos. Sus conductas los definían como policías pero sobre todo como personas.
Iñaki Gil surgíó de la nada. Empezó desde cero en este, en ocasiones, opaco mundo de la administración de fincas. Para eso se les paga, se delega en ellos la gestión de las comunidades porque no sabemos o conocemos los entresijos de facturas y obras. Creció al ritmo de las nuevas construcciones que a lo largo y ancho de esta capital, Pamplona, se han ido realizando al ritmo del boom económico de la última década, pero que podría ser fácilmente trasladable a cualquier otro ámbito poblacional.
Crecer y crecer, gestionar cientos de miles de euros de cientos de comunidades, de cientos de familias. Sarriguren es ejemplo de ello. Muchas comunidades de vecinos han sido afectadas por Asfi. Como la de Javier, 50.000 euros que no encuentran, se han volatilizado o han volado a otros espacios desconocidos para los propietarios de las viviendas pero sí conocidos para el gestor de su finca.
Un explosivo crecimiento, una posible mala gestión, un atender solicitudes inmediatas en detrimento de la paciencia futura, un crecer y crecer hasta el cielo olvidando la tierra, o mejor, aprovechándose de ella. Lo dictaminará un juez. Lo que no sentenciará un juez es el daño que se ha hecho a estas cientos de familias de Pamplona, de Navarra, de Sevilla, y que han visto de la noche a la mañana que la empresa que gestionaba sus sueños ha terminado con una parte de ellos.
Ya lo decía el sargento Phill Esterhaus en la serie mencionada: «tengan cuidado ahí fuera«, la diferencia, en este caso, reside en que el peligro estaba en casa.